Por: Eddie Cóndor Chuquirina*
En muchos siglos la humanidad no ha sentido tanto miedo como en estas últimas semanas, como consecuencia del flujo informativo sobre los efectos del virus bautizado como COVID-19 (coronavirus desease 2019) que, a decir de los “especialistas”, es “tremendamente contagioso” y hasta hoy “acaba con sus víctimas” por falta de antídoto para su curación.
No discuto la peligrosidad y los efectos de este coronavirus. Es terrible lo que está pasándonos. Pongo en cuestión de que -una vez más- hace noticia mundial una situación que si no hubiese afectado a determinado grupo de personas y llegado a las ciudades -la mayoría capitales de Estado y urbes intermedias por medio de los viajeros que cruzaron países y continentes- a lo mejor ignoraríamos que una parte de la población está siendo diezmada.
En gran parte del mundo el dengue, la malaria y otras enfermedades, así como víctimas de “friajes” y heladas -permanentemente- terminan con la vida de cientos de personas. Por ser éstas del campo o área rural y de lugares recónditos de países y continentes, como los pueblos indígenas y otros grupos de especial protección por parte del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, pasan desapercibidos. No hacen estadística, no son noticia y por eso -por lo general- son ignorados por las ciudades y respecto a sus deudos los Estados y los organismos internacionales de protección de la salud poco o nada hacen.
Esta forma perversa y discriminatoria de comprender una misma realidad y dar soluciones desde los diversos niveles de Gobierno, en nuestros Estados, debe cambiar; considerando que la salud es un derecho humano de carácter universal y que debe alcanzar a todos y todas. Los “ricos” y citadinos no pueden seguir siendo privilegiados y los otros (los “serranos”, las “vallunas”, los “selváticos”, las “cholitas” y otras formas de estigmatizarlos especialmente en los países andinos), los más necesitados, ignorados -sistemáticamente- por las insuficientes e inexistentes “políticas en salud” que muchos países se jactan de tener como icónicas y emblemáticas.
Por otro lado también, por la alta sensibilidad existente frente a los temas de salud, éste es un buen tiempo para mejorar nuestras formas de procesar y asimilar la información que nos ofrecen los medios disponibles. No ayuda ser presa fácil del sensacionalismo y tampoco víctima del mercado de las farmacias y menos del consumismo que nos venden siempre los grandes centros comerciales. Debemos aprender a ser menos impulsivos y más bien ejercitar la razón.
Lo que hoy nos ocurre a los terrícolas, y que es mostrado como “crisis mundial”, por ser pandemia el coronavirus, debe asimismo enseñarnos a prevenir; pero sobre todo a desarrollar verdaderas políticas de Estado en materia salud. No es posible que en nuestros países sigamos eligiendo a gobernantes que más gastan en propaganda para ensalzar sus nombres y lo que ellos mismos llaman “obras” que en salud, justicia o educación. Igualmente, entre otras tantas valoraciones, es inaceptable que la Organización Mundial de la Salud (OMS) – ONU y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) – OEA sigan sin justificar su existencia al no haber desarrollado mecanismos que obliguen a los Estados a cumplir aquellos compromisos internacionales adquiridos hace décadas en materia de salud; entre ellos desarrollar e implementar mecanismos nacionales de prevención.
En esa perspectiva, si queremos dar seña de que algo estamos aprendiendo de esta dramática situación, lo coherente es que en unas semanas más, pese a que hayamos superado esta “crisis mundial”, sigamos haciendo ruido y exigiendo a nuestros Estados -en sus varios niveles de Gobierno- que hagan más en salud y que no se queden en sólo propaganda de algo inexistente; pero no para unos cuantos sino para todos y todas en una relación de iguales.
Sería grandioso que no sigamos en “más de lo mismo” y que tampoco cerremos nuestros ojos a realidades que son lacerante para millones, aquellos que más lo necesitan, y que -por eso por estar siempre excluidos y olvidados- mantienen heridas abiertas en el alma de nuestros países.
Nunca es tarde para abandonar visiones egocentristas y distorsionadas de un mundo que nos pertenece a todos y todas y que ésta desgracia lo está demostrando. Ante las adversidades todos y todas somos iguales.