Está terminando esta segunda década del siglo XXI con muchas convulsiones para nuestra región. La América Latina de finales de 2019 no es la misma que recibía el nuevo milenio y, mucho menos, aquella que durante su primera década experimentó una serie de cambios políticos que le dieron un protagonismo inusitado a las izquierdas en el poder.
Hoy ese bloque casi hegemónico de “los alternativos”, como alguna vez se les nombró a los gobiernos que conquistaron la presidencia en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela, ya no existe. Los partidos orientados ideológicamente más a la derecha han logrado recuperar el terreno perdido y la izquierda se ha visto desprestigiada por el populismo, la corrupción y cierta violencia política.
Sin embargo, no quiere decir que la región haya dado un viraje total a la derecha. En lo absoluto. Hoy en México y Argentina, dos grandes de América Latina, tienen de nuevo gobiernos que son todavía un eco de eso que sucedió a principios de siglo.
Todo ese revolcón político y transformación del ajedrez del poder hizo también que surgieran nuevas ciudadanías y movilizaciones que antes no eran tan protagonistas. Ciudadanías que hoy reclaman con más fuerza la deuda social que sigue sin saldarse. Hoy vivimos tensiones y crisis sociales, políticas y económicas que ni siquiera aquellos alternativos pudieron resolver de manera estructural. Este 2019 es un gran ejemplo de eso.
Hay una especie de crisis del modelo económico y político (cualquiera sea el que impere) que nos hace recordar que seguimos siendo países con un precario camino al desarrollo.
Brasil, a pesar de haber reducido casi a la mitad la pobreza y haber garantizado derechos fundamentales a millones que antes estaban relegados, hoy vive en una crisis profunda que toca sus instituciones, sus liderazgos políticos y su otrora robusta economía. Por su parte, Argentina vivió todo este año con el fantasma de un nuevo corralito, de un nuevo 2001, una creciente inflación. Bolivia nuevamente tiene un vacío de poder enorme con un presidente derrocado y una mandataria interina. Y, quizá, uno de los sucesos que más shock ha producido en la región: el derrumbe del mito del milagro chileno.
Todos esos son apenas ejemplos que se suman a las grandes movilizaciones que emergieron también en Ecuador, Colombia y Haití.
La sociedad civil ya no está dispuesta a callarse, a conformarse con las explicaciones de siempre. No importa cual sea el color o ideología política que esté gobernando. A la par, hay una grave disminución del espacio cívico, como lo evidencia el más reciente informe de CIVICUS, y hay una mayor oleada de movilización social que reta al poder y sus instituciones. Movilizaciones que no están dispuestas a abandonar las calles.
Por lo anterior, este 2019 debe ser recordado como el año de la movilización y la protesta social, que no sólo pasa por las tradicionales consignas en materia de salud, educación y empleo, sino que ha sabido incluir nuevos temas como el cuidado del medio ambiente, el cambio climático y las violencias de género.
Recordemos que, por ejemplo, el activismo ambiental es uno de los más amenazados en el mundo y los feminicidios en América Latina y el Caribe cada vez más van en aumento, como lo señalan recientes informes de la CEPAL y ONU Mujeres.
Como Foro Ciudadano de las Américas y Red Latinoamericana y del Caribe para la Democracia (REDLAD), alentamos todas estas manifestaciones ciudadanas de protesta. Aplaudimos que más y más personas se apropien del espacio público para ejercer y reclamar sus derechos. Por eso hacemos un llamado a los gobiernos de todo el continente a respetar las movilizaciones; cesar la represión policial tan dura, que en casi todos los países ha dejado heridos y víctimas fatales y a privilegiar el diálogo. Escuchar, conversar y negociar es el único camino posible para construir soluciones conjuntas a los problemas que nos aquejan como sociedad.